El Mentidero

Shakespeare me habló.

Luego me gritó.

Hablé con Shakespeare. De actor a actor, de director a director. Ahora que montábamos Hamlet, me dijo: ¿Por qué dices mis textos como español si eres mexicano? Y cambiamos el español de España de la traducción para hacerlo mexicano. Luego me dijo: Yo escribía en verso y tú lo estás haciendo en prosa y en otro idioma. ¿Por qué se la pones difícil a tu público? Y lo pusimos en nuestros términos, conservando las imágenes poéticas. Luego, mientras hacíamos el ejercicio de síntesis, me fue diciendo poco a poco: Esta escena es para hacer tiempo… esta otra es para recordar información luego de dos horas de función. Los mismos recursos que utilizamos hoy quienes creamos en la acción más que en el papel.

Luego me dijo —y esto me encantó—: Una tragedia no tiene por qué ser solemne. La vida es trágica, el teatro no. El teatro es para gozar, en el dolor, la incomodidad o la risa, pero para gozar al fin. No cuentes mi historia, me dijo, como si mis personajes fueran de cartón, como aquellos que están tristes y sufriendo todo el tiempo, donde no hay espacio para el humor de cualquier tipo. Me dijo: juega, diviértete, el público sabe que estás jugando, no pretendas otra cosa. Luego sentenció: si me pones en un pedestal, me conviertes en estatua y me matas (otra vez). Eso me liberó. Hicimos lo que nos dio la gana, porque Shakespeare me dio permiso. Sí, así como lo lees.

Y luego del estreno, esa noche, agotado, volvió a mí como el fantasma del Rey y me dijo: Así como hice yo con la escena de los cómicos, busca la forma y la manera de salir a contar cómo y bajo qué circunstancias hiciste este Hamlet mío, tuyo; cuenta los pormenores a quien los ignore, no para golpear, sino para exorcizar la porquería de ti, y para que tal vez, a alguien más le sirva tu experiencia.

Todo eso me dijo el vato cabrón. 

Fotografía de Ricardo León.

Y aquí estoy, luego del grito liberador en la escena, luego de meses de conversaciones con William, puesto frente a la pantalla para compartir unas cuantas cosas: Hamlet, príncipe de Sonora fue un proyecto autorizado por el EFICAS, al que, luego de varios meses de gestiones, logramos conseguirle una empresa aportante. Luego, debido a la incompetencia, la mala fe y la ignorancia institucional, le fue revocada la autorización. Más fuerte me gritó William al oído para seguir…

En esta Compañía hemos hecho teatro desde hace treinta años con o sin EFICAS, con o sin apoyo. Hacerlo en La Cachetona es, por supuesto, para ir a las plazas, a las colonias, a los pueblos o ciudades como las nuestras en el reino de Sonora, incluida Hermosillo, sin infraestructura teatral o, en el mejor de los casos, con una podrida infraestructura teatral.

Decidimos hacer el estreno y una serie de funciones gratuitas en el estacionamiento de El Mentidero, porque salir a las plazas de nuestra ciudad requiere una absurda y costosa burocracia. En esta Compañía hacemos teatro desde hace treinta años con o sin plaza, con o sin edificio teatral.

Fotografía de Ricardo León.

Así que aquí está, el grito liberador de una Compañía como la nuestra, que a pesar de la ignorancia, el desdén, la apatía y la incompetencia, sigue haciendo teatro por el gozo y la necesidad de hacerlo, para el público que se ha ganado al paso de los años y para el nuevo espectador que ganamos en cada función.

Nuestra filosofía sigue siendo la misma que mi padre, fundador de esta Compañía, inspiró hace tantos años: hacer teatro con lo que se tenga, con lo que se pueda.

Nuestro trabajo nos ha costado tener cada vez más recursos a mano —como La Cachetona— pero lo más importante: un grupo de personas con talento, pasión y compromiso para lograr el sueño.

Aquí está Hamlet, príncipe de Sonora, en La Cachetona, en el estacionamiento de El Mentidero, listo para ir a donde sea llamado el acto provocador, subversivo y liberador.

Paulo Galindo.

12 de Mayo del 2025

Hermosillo, Sonora, Méx.

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