Compañía Teatral del Norte, A.C.
Sergio Galindo
I
Aunque al interior del edificio, en su patio al aire libre ya había dado inicio la función cuando empezó a lloviznar. El piso del foro era de mosaico liso con una leve inclinación hacia proscenio para facilitar el desagüe en ocasiones como la que se avecinaba. El público no mostraba intención de moverse, así que la función debía continuar como si la amenaza de lluvia existiera sólo en nuestra imaginación a pesar de que las gotas cada vez más tupidas ya punteaban los vestuarios y empapaban ostensiblemente el piso. A punto de entrar a escena, tuve la impresión de que más por la curiosidad de ver nuestra reacción ante la inminente lluvia que por solidaridad o interés en la obra, el respetable estaba dispuesto a llevar hasta el límite su permanencia sin moverse de su asiento. Y vino lo tan inesperado como previsible. La violenta entrada de mi personaje, Gabriel -el prepotente como ignorante dueño del rancho adquirido con los dólares reunidos como emigrado- para hacer frente a la indignación de las mujeres de los trabajadores explotados que acudían a reclamarle, dio apenas las primeras zancadas sobre el foro cuando las botas vaqueras se alzaron por lo alto y ¡zas! el costalazo se vio coronado por un quejido que salió de lo más profundo de mi pecho; ¡¡Hhmmm!! “El calcetín”, criado casi esclavo del señor, interpretado por “el Chobi” Ochoa, no pudo contener la risa. Decidido a reclamar el atrevimiento, me incorporé lo más natural posible para espetarle en la cara mi reclamo ante su atrevimiento, pero la voz se me volvió un hilito apenas audible por la evidente falta de aire producto del ramalazo y… para qué contar lo demás.
II
Corrían los años finales de los setenta. “Cabeza para el ganado” era la obra patrocinada por la entonces Secretaría de Fomento Ganadero bajo la dirección del ingeniero Miguel Cruz Ayala. Aquella función forma parte de los antecedentes fundacionales que dieron origen a la Compañía Teatral del Norte que este 2025 cumple sus primeros 30 años, contados a partir de que en 1995 quedó formalmente constituida como Asociación Civil. La fecha coincide con el estreno de “Güevos rancheros” un 17 de agosto del mismo año en Hermosillo. Así que la celebración se da por partida doble.
30 años de una Compañía teatral que fue creada y ha operado siempre por iniciativa propia y bajo sus propias reglas, más allá de condiciones adversas, sexenios y funcionarios culturales con vocación de servicio, erráticos o de plano nefastos, configuran un hecho que roza los linderos de una heroica resistencia y supone todo un acontecimiento cultural, lo mismo que la permanencia en cartelera durante esos mismos 30 años, de unos güevos, los “Güevos rancheros” que el público sonorense ha hecho suyos y a los que ha destinado ya un lugar en su canasta básica sentimental.
III
El ramalazo del prepotente como ignorante Don Gabriel de “Cabeza para el ganado” ocurrió en el Palacio Municipal de Álamos a donde llegamos en aquella inolvidable gira patrocinada por la citada Secretaria. Previamente la habíamos estrenado, aunque más propio sería decir, nos habíamos estrenado junto a ella, en virtud de que además de los pininos actorales del Chobi Ochoa y el Chava Burruel, algunos se estrenaban como actores, como escenógrafos, yo como dramaturgo y hasta el público se estrenaba como espectador. Nos habíamos pues estrenado en Moctezuma, un particularmente frío invierno, en el marco de los primeros Encuentros ganaderos que el Ingeniero Cruz Ayala había ideado para hacer llegar las nuevas tecnologías al campo. Unas auténticas ferias en las que había demostraciones, subastas, exhibiciones de novedosas tecnologías y de ganado; conferencias, proyecciones, puestos de comida, teatro y al final un baile rociado con el bacanora que si en medio de aquél intenso frío alguno no probaba, era simplemente porque, como alguien lo calificó entonces con toda razón: estaba loco.
Fue desde entonces que para bien y fortuna nuestra, en plena función, mientras el pretensioso Gabriel ya en decadencia se arrodillaba ante la Paloma, su conquista, aquel público novel, despojado de todo prejuicio, entregado, transparente, en medio de un silencio derribó, con un grito que retumbó en el pueblo y sus alrededores, la absurda cuarta pared: ¡Mándalo a la chingada, Paloma!.
Y fue también entonces que se sentaron las bases de mi dramaturgia y de la carrera que ha convertido a Jesús Ochoa en la primera figura actoral de México, que ahora es.
IV
Los 42 grados centígrados de aquel mediados de agosto, en combinación con los efectos de la crisis del año anterior, la del 94, no auguraban nada bueno al proyecto que albergaba aquella peregrina idea, paradójicamente puesta en marcha como un recurso más para afrontarla. Ya varios restaurantes se habían visto obligados a cerrar. El “Monte Grande” era uno pequeño, situado en las calles de Yáñez y Veracruz, con un buffet de carne asada y con el que mi compadre José Manuel Real se estrenaba como empresario en el medio. Yo venía coqueteando con la idea de hacer cabaret hacía tiempo. Acababa de salir de la Dirección de Casa de la Cultura, en virtud de un redimensionamiento (sic) administrativo, así que convencí a mi compadre de hacer algo en un mínimo espacio del lugar y me puse a escribir y a ensayar a un tiempo como ya lo hacía desde mis inicios. El reparto estaba conformado por quienes me habían acompañado en la aventura de crear una Compañía de teatro de Casa de la Cultura: Irineo Álvarez, María Antonieta Rosas y Marco Antonio López, a los que se sumó Manuel Ramírez, luego de que Humberto Molina (+) después de diseñar los muñecos que el Tony Tambor construiría y de ensayar con uno de ellos, decidiera abandonar el proyecto. Aparte de diseñar y construir el dispositivo escenográfico, el Maestro Roberto Méndez sugirió, con la agudeza que le caracteriza, el título de la obra: “Güevos rancheros”. Nuestro querido Roberto Algarra (+) se encargó de la musicalización y en vivo, junto a su guitarra, lo acompañaba, el gran músico que es, Isaac Peña. Fue así como después de contar al fin con la producción y ensayar como y donde se podía, un 17 de agosto, en un Monte Grande a reventar estrenamos un jueves, con la idea de dar funciones viernes y sábados. La respuesta del público fue contundente. Tres semanas después del estreno nos vimos obligados a dar funciones de martes a sábado mientras que por la vía de la reservación, el lugar se llenaba con una semana de anticipación y los domingos salíamos de gira. Nadie entonces, yo menos, imaginamos que Güevos rancheros se mantendría en cartelera, viajando por el Estado y por el País durante los 30 años que el próximo agosto de este 2025 estaremos celebrando en El Mentidero.
V
Nuestra Compañía Teatral del Norte, cumplía 23 años, cuando vimos cristalizado un sueño largamente soñado: contar con nuestra casa propia. Hacía años que el Chobi y yo habíamos descubierto que el edificio que albergaba al primer colegio de señoritas que abrió sus puertas en Hermosillo, el Colegio Amante, ya no funcionaba como tal. Asomados por las rendijas del histórico edificio, imaginábamos de mil modos y maneras el foro que construiríamos en su interior. Tiempo después, presos de la impotencia, fuimos testigos de cómo el edificio fue abandonado, saqueado, invadido e incendiado. En esas condiciones en las que aún persistía la invasión, logramos la recuperación del edificio. Para entonces como en la mejor tradición del Siglo de Oro, la dirección de nuestra Compañía Teatral del Norte había sido puesta en manos de Paulo, mi hijo, quien unos años después de haber concluido sus estudios en el Centro Universitario de Teatro (CUT) de la UNAM y de participar en diversos proyectos, decidió aceptar el reto que dadas las circunstancias económicas siempre precarias de una agrupación artística independiente como la nuestra, así como las físicas en las que se encontraba el edificio, exigía un trabajo que se antojaba heroico y con muy pocas garantías de éxito. La historia de los apenas siete años a partir de que nos vimos obligados a ocupar un edificio en ruinas a condición de evitar una nueva invasión, muestran ahora resultados que no pueden ser más que producto de una entrega y pasión por el teatro verdaderamente ejemplares. La audacia de un grupo de jóvenes actores y actrices que se plantaron sobre la tierra de aquello que recordaba las ruinas de “la media luna” de Pedro Páramo, amparados y esperanzados en la respuesta de un público ganado a pulso durante 23 años, rindió frutos casi inmediatos. La pesadilla de tener que pagar una desproporcionada renta por un teatro público en pésimas condiciones y por sólo un fin de semana, además de la obligación de tramitar y pagar permisos, guardias y ambulancia, llegaba su fin. Hoy, El Mentidero se ha convertido ya en un referente a nivel Nacional en lo que a Centros Artísticos y Culturales se refiere, con una programación variada e incluyente y espacios propicios y técnicamente dignos para las actividades artística, abierto a grupos como a los cientos que ya hemos recibido.
Después de 7 años dentro de los que hay qué contar los dos que permanecimos cerrados –más no paralizados- por la pandemia, llegamos a este 2025 con una numeralia digna de ser presumida sin falsas modestias. Y es que en lo construido, resaltan iniciativas no sólo generadoras de beneficios para nuestra organización, sino para aquellas que, como la nuestra, buscan alternativas de sobrevivencia ante las difíciles circunstancias por las que hoy atravesamos quienes nos hemos propuestos asumir los riesgos que entraña la creación, mantenimiento y desarrollo de un Centro Artístico y Cultural independiente como El Mentidero, casa de nuestra Compañía Teatral del Norte, A. C.
Aquí la numeralia El Mentidero:
- 46,323 espectadores
- 18,630 artistas
- 881 funciones
- 11 festivales
- 148 puestas en escena
- 192 agrupaciones invitadas
Aquí la cartelera con la que celebramos estos primeros 30 años de nuestra Compañía Teatral del Norte, 30 de Güevos rancheros y 7 de El Mentidero:


